05/07/2021
MÓNICA RODRÍGUEZ, AUTORA DEL MES
Iniciamos esta sección con Mónica Rodríguez, aprovechando la concesión del Premio María Elvira Muñiz a su trayectoria literaria, que recogió en la Feria del Libro de Xixón 2021, celebrada este pasado junio.
El jurado señala en su justificación "la dilatada y prolífica carrera literaria de Mónica Rodríguez, dedicada principalmente a la Literatura Infantil y Juvenil, género que el jurado quiere potenciar como un pilar fundamental de los futuros lectores" reconociendo, una vez más, la importancia de la literatura infantil y juvenil, que tan necesaria es en la construcción de las identidades de niños y adolescentes. El reconocimiento y la visibilidad que aportan estos premios son grandes pasos para que deje de ser considerada, en palabras de la autora, como "el patio de atrás de la literatura".
La escritora ovetense, licenciada en Ciencias Físicas, habla desde la experiencia, con su prolífica obra de más de cincuenta títulos publicados durante los últimos veinte años. Sus obras le han valido, entre otros, el Cervantes Chico, el Premio Ala Delta, el Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil o el Premio Cuatrogatos otorgado a varios de sus libros, entre ellos Un gorrión en mis manos en 2020.
Su infancia, rodeada de libros, se proyecta en sus textos. Desde sus recuerdos y su capacidad de asombro, nos enseña la importancia de las miradas adolescentes e infantiles.
Hoy queremos compartir con vosotros una pequeña entrevista que le hicimos para hablar de dos obras suyas: Un gorrión en mis manos y un nuevo lanzamiento que publicaremos este otoño, Cueto Negro.
Nos gustan tus historias y las atmósferas que creas. Nos haces sumergirnos en ellas y vivir las historias con todos nuestros sentidos. Asturias es tu infancia y tu presente, como muchas veces narras en tus novelas. ¿Qué hay de Mónica en ellas?
En todas las novelas hay ficción y realidad. La ficción se construye a partir de la realidad y la experiencia propia, así pues, en todos los libros hay mucho del autor. En el caso además de Un gorrión en mis manos y de Cueto Negro, ambas novelas transcurren en lugares muy queridos de mi infancia (Luanco, donde veraneé durante muchos años y la estación de esquí de Pajares, a la que subíamos en invierno, cada fin de semana). Por este motivo, el paisaje y hasta el paisanaje de ambas novelas son los de mi infancia. A pesar de que la peripecia de ambas novelas es pura ficción, hay muchos recuerdos, muchas experiencias propias, mucho de mí y de mi bagaje en ambos libros.
Crear una atmósfera creíble es uno de los mayores retos a los que se enfrenta un escritor. Al leer Un gorrión en mis manos sentimos el salitre rozándonos la cara y el olor a mar invadiendo la habitación. ¿Todo sale de tus recuerdos o has vuelto a visitar esas localizaciones para refrescar tus sentidos?
Para mí a la hora de escribir es muy importante implicarme en la historia incluso desde lo físico. Me gusta que la escritura sea sensual, es decir, que apele a las sensaciones de todos los sentidos, que podamos ver, oler, escuchar el entorno porque creo que afectan de manera profunda a nuestras vivencias. Es un reto, pero también un goce tratar de hacerlo. En ambas novelas he recurrido a mis recuerdos, que están muy vivos, y a toda la documentación a mi alcance (vídeos, fotos mías o de otros, libros y hasta folletos). En el caso de Un gorrión en mis manos, además, volví a Luanco, pero eso es algo que hago al menos una vez al año. También comparto los primeros borradores con personas que han vivido en esos lugares conmigo, por ejemplo, mis hermanos. Ellos me ayudan a que el ambiente sea veraz y capaz de invadir nuestros sentidos.
En muchos de tus libros, la inclusión de personajes femeninos asumiendo los papeles protagonistas como, por ejemplo, en Cueto Negro y Un gorrión en mis manos, le da mucha fortaleza a la historia. ¿Cómo abordas este tipo de personajes? ¿Lo haces desde tus recuerdos de infancia o con una mirada actual de adulta?
Los personajes femeninos de mis novelas están, obviamente, construidos a partir de mis vivencias como mujer, en este caso, niña o adolescente, extrapolándolas a situaciones y experiencias que no he vivido. En estas dos novelas, dado que salen directamente de mis recuerdos de infancia, ambos personajes tienen mucho de la niña (y adolescente) que fui. Por supuesto, mis recuerdos están tamizados por la adulta que soy, capaz de analizar esa forma de ser y esas emociones que entonces vivía de forma más confusa. Escribir me ayuda a encontrar esa lucidez.
Tanto Cecilia de Cueto Negro como Rebeca en Un gorrión en mis manos empiezan sus historias siendo unas niñas. A lo largo de las páginas, las experiencias y sensaciones que viven les harán dar los primeros pasos hacia una edad adulta. ¿Qué aspectos destacarías para cada una de ellas en la búsqueda de su identidad y madurez dentro del libro?
En ambas novelas, las protagonistas sienten el despertar del deseo y eso les hace mirar el mundo con otros ojos. En el caso de Rebeca, con culpabilidad, dejándose llevar por los prejuicios del entorno, y en el caso de Cecilia, con asombro y confusión al distinguirlo en el mundo de los adultos, latiendo en todas partes, a veces de modo inevitable o incluso violento. Este encuentro con el deseo es el primer paso para la transformación en adultas.
El Premio María Elvira Muñiz busca impulsar y promocionar la lectura. ¿Qué iniciativas se te ocurren para que los jóvenes, muchos de ellos alejados del mundo del libro, vuelvan a disfrutar de las buenas historias?
La adolescencia es un momento difícil para la lectura en muchos jóvenes. Empieza a ser clave en el reconocimiento de los amigos y por tanto las actividades grupales. Además, las redes sociales, los videojuegos y los móviles, no ayudan. Les ofrecen una satisfacción superficial, pero impartida y compartida con sus iguales. Es difícil conseguir que encuentren el espacio y sobre todo el tiempo para leer con lentitud (la única manera posible). Creo que para ello tenemos que trabajar desde todos los ámbitos, el institucional, el escolar, el familiar... Desde las instituciones debería apoyarse más la cultura para jóvenes, y en particular la lectura, con iniciativas que abarcasen desde la promoción, los encuentros, las ventas, los espacios, etc. Por otra parte, cuando el estudiante pasa al instituto, el contenido de las asignaturas y las exigencias curriculares hacen casi imposible la dedicación a la lectura. Creo que debería ser obligatorio en las escuelas y en los institutos tener un tiempo, si no diario, al menos de varias veces por semana para leer. Separar de una vez la Literatura de la Lengua, tener una asignatura que fuera Lectura y Escritura. Disponer de una biblioteca propia en cada colegio o instituto con personal a cargo que pueda dinamizarla. Y, desde casa, conseguir que no pasen tanto tiempo con los móviles, ofrecerles libros, hablar con ellos de nuestras lecturas y convertirnos en sus ejemplos lectores. Desde luego, la teoría es fácil, pero la práctica es mucho más complicada. Tengo tres adolescentes y lo sé por experiencia.